¿Cómo no van a existir las denuncias falsas si toda mujer mínimamente informada sabe que en una disputa legal, ella es la parte privilegiada y su pareja masculina es la parte discriminada? Las mujeres están hechas de la misma pasta moral que los hombres, por lo que muchas de ellas utilizarán esa superioridad legal a modo de venganza o para obtener un beneficio económico ilegítimo. ¿Cuántas mujeres no utilizan a sus propios hijos para infringir dolor a sus exparejas masculinas, apartándolos de ellos?
Pero para la justicia española, los hombres somos maltratadores en potencia, mientras las mujeres son unas santas históricamente desfavorecidas cuya palabra no se pone en duda. Desde ese burdo maniqueísmo de buenas y malos evacuan sus deplorables sentencias.
No sólo existen las denuncias falsas, sino también las denuncias sin fundamento. No parece sensato que la justicia se tenga que entrometer en meras y triviales disputas verbales conyugales, pero lo hace, y además de manera tendenciosa y vulnerando los principios jurídicos más elementales. No es necesario que existan insultos ni amenazas. Por un "vete a la mierda" se han impuesto condenas de cárcel.
Pero lo más humillante no es que la justicia nos trate como a niños a los que estirar de las orejas cuando dicen "pedo, culo, caca, pis", sino que ni siquiera quepa hablar de "juicios" sino de mini esperpentos judiciales de cinco minutos, cuatro de los cuales se consumen en pomposos formulismos y presentaciones protocolarias. Cinco minutos de "gloria jurídica" en los que un farsante vestido con toga habrá de condicionar para siempre nuestra vida y la de nuestros hijos.
Los españoles varones exigimos una justicia de verdad, no una justicia basura, y una vuelta a los principios jurídicos fundamentales: igualdad ante la ley, no discriminación por razón de sexo, presunción de inocencia, necesidad de probar el delito y proporcionalidad de las penas respecto del delito cometido.
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