"... porque a Berta le iría bien tener una familia"

Desde que mi hija tenía dos años vivo separado de ella. Hoy tiene seis años. Su madre la arrancó de mí aprovechándose ladinamente de los privilegios que la justicia le regala por razón de sexo. No hizo falta mostrarle a su señoría un triste moratón, ni un parte de lesiones, ni siquiera tuvo que mentir respecto a agresiones que nunca hubo. Yo fui condenado por enfadarme con la madre de mi hija, y por expresarle mi enfado por escrito. Ninguna amenaza salió de mi puño, ningún insulto. Suene como suene, la verdad es que enfadarse con tu pareja femenina es un delito en este triste país asolado por una casta de políticos que han corrompido todas las instituciones y arruinado y desmoralizado al pueblo.

Por cierto, me enfadé porque un día, la madre de mi hija me dijo: "he conocido a otro hombre y voy a vivir con él porque a Berta le iría bien tener una familia". En aquellos tiempos vivíamos ya separados. Fue la nuestra una separación suave, indolora y civilizada como pocas. Bastó con que me hiciera saber su deseo de separarse para que le abriera la puerta de casa y le ayudara a hacer las maletas. No tuvo que decírmelo dos veces. Así pues, nada que objetar al hecho de que se fuera a vivir con otro hombre. Pero sí tuve mucho que objetar a la segunda parte de la frase "... porque a Berta (mi hija) le iría bien tener una familia". Es obvio que mi hija ya tenía una familia, la formada por su madre y su padre, le gustara o no a aquélla.

En el pseudo-juicio resultante de su denuncia, ¿creen que se tuvo en cuenta la intención de mi expareja femenina de expulsarme de la vida de mi propia hija, declarándome fuera de su familia? Por supuesto que no. Todo lo que dijo su señoría en la sentencia fue que yo "había entendido mal la intención de la madre de mi hija". Eso es todo. Ni siquiera se molestó en argumentar tan sorprendente interpretación de unas palabras que no dejan el menor resquicio para la duda ("...porque a Berta le iría bien tener una familia").

Eso sí, unas palabras escritas por mí en donde ni había amenazas ni insultos fueron su salvoconducto legal para apartar a mi hija de su padre. Esta es la mierda de "justicia" que tenemos.

Aquello no fue un juicio, sino un grotesco aquelarre de sicarios del feminazismo zapateril, una infame ceremonia en donde en cinco minutos arruinaron mi vida y la de mi hija para siempre.¡ Cómo os maldigo, malditos psicópatas resentidos camuflados de respetables jueces!

La madre de mi hija agarró a mi hija y se la llevó a un poblucho frio y remoto. Me enteré cuando fui a buscar a mi hija al colegio. Ya han pasado casi cinco años. Soy un padre herido de muerte. Jamás seré el padre que soñé para mi hija. Jamás mi hija tendrá el padre que pude y quise ser. Pese a no ser persona rencorosa, anida en mi corazón un profundo odio y desprecio no ya por la madre de mi hija, sino por esa cosa que se autodenomina "justicia", lamentable institución que avergüenza a cualquier persona decente, sea hombre o mujer.

No está de más decir que antes de coger a mi hija y llevársela a ese poblucho, mi expareja femenina tuvo tiempo de pasar por el banco y saquear mi cuenta bancaria. Pocos días después, le diría a su señoría que huyó presa del miedo. Sin duda, es la conducta propia de una mujer asustada.



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